Estoy enamorada de la melancolía, esa que te mira desde el techo hacia tu cama mientras te revientas los oídos con la música más triste de tu reproductor para no escuchar tu mente disoluta.
Ella es tan delicada y exquisita, te hace sentir que vives exclusivamente para ver cómo todo se derrumba y se reconstruye de nuevo, te enseña a disfrutar del dolor de romperte en mil pedazos vez tras vez, como un loop infinito.
La melancolía es una coqueta, que te hace llorar sin razón aparente pero con todos los motivos por los que ya habías llorado antes. Te envuelve la piel, te la vuelve fuego y sientes morir por no respirar tan bien... Y que buena sensación es, porqué te das cuenta que aunque roto, no estás tan muerto en vida después de todo.
Me dejé seducir de ella, llega a posarse junto a mi cama una noche de por medio y me susurra un blues al oído antes de dormir. Mis latidos son más lentos cada que mis párpados se caen más y más a causa del cansancio que produce solo existir.
La melancolía juega a la lotería cada mañana, por eso es tan divertida... Te ablanda el corazón y hace que veas belleza en la tristeza, como los pintores y poetas que en medio de su miseria crean obras maestras. Te agarra la cabeza cuando estás a punto de soñar y te la sacude tan fuerte que tú almohada se transforma en un agujero negro y tu voz ahora es muda, nadie te escucha gritar.
... Entonces te dejas llevar y vuelas sobre una manta de estrellas, algunas son de colores pasteles y otras saben a lujuria, quieres besar al amor de tu vida pero este no existe porqué murió cuando murió tu fe en Dios. Y ya qué, que más da, todo vuelve a ser mierda fresca y un abismo sin final.
¿Qué queda? Será dormir... Dormir junto a ella, aunque sea más grande y fuerte que yo, aunque me consuma al caminar, aunque esté robando mi aliento de vida... Hermosa melancolía, mi más fiel compañía...
Después de todo, ¿De qué sirve la vida sin un poco de tristeza?